Tenía los ojos negros, más que negros, renegridos. Hacía horas que había pintado sus ojos del color de la noche, y el cansancio, la sensación de pérdida de tiempo y también el paso de éste, terminó convirtiendo sus ojos en enanas carboneras. Aquella noche ni siquiera había llorado, solo que llevaba todo el día sintiendo sueño, en verdad, aquella pinta que ahora tenía no era más que el resultado de sus fracasos, o tal vez de su nueva forma de vida; tan pensada y tan poco perfilada, aquella existencia tan vana… aquella forma de estar que la convertía en golfa.
Él siempre estaba por allí, con sus piernas delgadas y sus mandíbulas prominentes, siempre pendiente de aquella golfa que nunca dejaría de serlo.
Ella, casi siempre comía chicle o saboreaba caramelos, intentando, de ese modo, esconder el sabor de otras bocas.
Una musiquilla moderna conseguía hacerla bailar, movía sus caderas al compás de aquel perrero reggeaton que la hacía aún más puta. Todas las miradas masculinas centraban entonces en sus contoneos, dejando las caras de bobos para cuando la situación requiriese una mirada sensual o un movimiento aún más erótico… Ellas también la miraban, pero de otro modo, retenían en sus adentros aquellas formas de seducir para luego ensayarlas en soledad, aunque ellas sabían que nunca iban a mirarles así…
Su boca tampoco pasaba desapercibida… el labio inferior más grande que el de arriba, unos labios que guardaban recuerdos de muerdos agresivos y callejones oscuros. Unos labios que arroparon miles de bocas inexpertas, que enseñaron a besar a otras bocas que se alejaban con la rabia de saber que ella no repetía quedadas.
Él seguía estando por allí, siempre expectante, siempre mostrándose el admirador más fiel a todo lo suyo, y ella, ella sólo le miraba de vez en cuando, cuando aquel payaso se empeñaba en llamar la atención del mundo para que quitasen sus sucias miradas de encima de ella, enseñaba su sexo y convertía conversaciones convencionales en monólogos graciosos que entretenían a un público que se divertía a costa de aquella pareja.
Ella seguía siendo golfa. No podía evitarlo, poco le faltaba para ser la muñeca hinchable de todas aquellas manos mantecosas que alternaban caricias elegantes con sobadas placenteras.
Ahora lo entiendo, a ella le gustaba ser así de puta. Ella vivía cada magreo como el final de algo, tal vez, todos los días se propusiese ser menos marioneta, pero cada vez lo era más… sólo podía moverse cuando alguien le daba movimiento… Ella le tenía a él, pero a veces se creía que sólo estaba vestida si los brazos de alguno la cubrían, aquella forma tan suya, era un buen método para tener el armario lleno…
Las preferidas miradas para ella eran las de aquellos chiquillos medio quinquilleros de camisetas estrellas y medallones colgando, es por eso, que ella amaba aquella ciudad pacense.
Entonces yo pensaba que estaba muerta… pero ahora sé que ni siquiera estaba vacía, sigue teniendo los ojos negros y sigue llena de pintura reseca de otros días…
4 comentarios:
Porque parece que pone carne, y sudor, y sexo, donde debía haber caricias en el alma.
Porque parece que suple calor del corazon con morbo a flor de piel, del que se va con el agua de la ducha, y acaba en el fondo de la cañeria.
Porque parece que regala amor...
...
y lo necesita tanto como el aire.
PRE
CI
O
SO
TOUCHÉ!!
El sol ya estaba en su corazon...
De una belleza insuperable
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